Tres reflexiones a propósito de la respuesta de Stephen Downes a la crítica de Marc Clarà y Elena Barberà al conectivismo cuya traducción puede leerse en el Magazine INED21.
Gif de Richard Vergez (1)
1. Conectivismo: ¿para qué me puede servir?
“Saber algo es no ser capaz de no saber”, Stephen Downes.
Las críticas a la teoría conectivista desarrollada por George Siemens y Stephen Downes se centran principalmente en la dificultad de aplicar sus presupuestos al mundo de la educación y en la falta de elementos de carácter pedagógico en los que sustentarnos para encarar nuestra profesión. Este acercamiento al conectivismo probablemente no sea sino un síntoma de que las destrezas que hasta ahora adquiríamos como docentes no bastan para enfrentarnos a los nuevos procesos de aprendizaje en red en una sociedad que se transforma tan rápidamente. ¿Por qué?
En primer lugar, nuestra formación como profesores parte de teorías de aprendizaje prescriptivas con principios sólidos, conceptos aplicables, propuestas metodológicas y de investigación bien definidas, coherentes con la sociedad en las que fueron desarrolladas: estamos acostumbrados a amoldar nuestra labor docente a enfoques y teorías cuyos presupuestos han sido la base de nuestra formación y de nuestra práctica en el aula durante mucho tiempo. Ahora bien, los preceptos teóricos no nos permiten abordar la realidad de manera creativa, y en la nueva sociedad del conocimiento, en la sociedad red, deberíamos cuestionarnos este aspecto.
En mi opinión, la desorientación que provoca el conectivismo viene dada por la falta de un corpus textual al uso —se trata de una teoría abierta cuyos postulados esperan ser cuestionados, como no podría ser de otro modo en el nuevo contexto— y la ausencia de una propuesta metodológica aplicable, adaptable y útil. Sin embargo, su formulación es coherente con el momento y la sociedad en que vivimos y eso debemos tenerlo en cuenta: fragmentación, abundancia informativa, complejidad, caos. Entender las nuevas características del conocimiento podrá responder a la pregunta sobre qué conjunto de nuevas habilidades necesitan desarrollar estudiantes y profesores. Y de eso se ha encargado el conectivismo, de describir la naturaleza del conocimiento y los mecanismos de aprendizaje en la era digital.
Teniendo en cuenta que vivimos en una realidad hiperfragmentada en la que el flujo de información discurre a un ritmo tan acelerado, ¿sería coherente formular una teoría al uso en un mundo cambiante? ¿Cuánto tiempo estaría vigente? ¿En la actual sociedad del conocimiento, eso sería relevante?
De alguna manera el conectivismo refleja la imposibilidad de definir y encerrar la realidad en una teoría y por ello, nos permite desarrollar nuestra profesión de manera más creativa, de forma más libre y verdaderamente autónoma. No obstante, existen interesantes ejemplos de su aplicabilidad: el proyecto EduCamp liderado por Sergio Leal Fonseca y otros que se presentan en el monográfico dedicado al Conectivismo publicado por la IRRDOL.
Dar tiempo es ganar tiempo: ¡perdamos el tiempo en la educación!
"La regla principal de la educación, la más importante y más útil, no es ganar tiempo
¡sino perderlo!", Rousseau.
En segundo lugar, la actitud utilitarista en la educación conlleva cierta prisa por entender, analizar, aplicar y crear nuevo conocimiento, actitud que se pone de manifiesto en la impaciencia y las ansias de modernización de las políticas educativas, una obsesión que desemboca en el error de adaptar las nuevas herramientas a viejas necesidades y procesos de aprendizaje.
Esta concepción tiene que ver con un modelo agotado y unas formas de aprendizaje basadas en la transferencia y duplicación de conocimiento, y la homogeneización de aprendices y procesos desarrolladas para servir a la sociedad industrial: preparar a los aprendices para desarrollar un oficio, producir profesionales. Pero vivimos en una época en que se abre un escenario nuevo, el que algunos llaman la era del fin del trabajo, y que necesariamente comporta un cambio de modelo y de actitud. Se está iniciando un proceso que nos obliga a reinventarnos como profesionales y a plantearnos los nuevos roles que como profesores debemos asumir: el bien más preciado es el conocimiento y lo serán cada vez más todas aquellas habilidades no rutinarias con un componente humano que no puedan desarrollar las máquinas.
En el nuevo contexto, menos es más: como docentes no podemos poseer el conocimiento, no podemos experimentarlo todo, de manera que debemos adquirir el aprendizaje necesario para actuar. Eso implica entender el tiempo no como una urgencia sino como una oportunidad para hacer cosas, para llevar a la práctica ideas y proyectos, pero sin hacer demasiados planes: aprender a vivir en la incertidumbre conlleva tomar decisiones, emprender acciones, cometer errores y aprender de ellos. En definitiva, arriesgarnos a perder el tiempo para ganar tiempo y ser así portavoces activos del cambio de paradigma cultural provocado por el auge de las NNTT.
3. Conectivismo y educación: el medio eres tú
El conectivismo, afirma Downes en su respuesta a las críticas de Clarà y Barberà enlazada al inicio, «no es un conjunto de postulados, vínculos y confirmaciones: la sistematicidad es para los robots«. McLuhan, el teórico incomprendido de la comunicación en los años 60 y 70, y a quien Downes también cita en su post, apuntaba ya al peligro de que “involucrarnos acríticamente con la tecnología nos hace convertirnos en robots”.
El fundamento teórico del conectivismo facilita la comprensión de los mecanismos de aprendizaje de la educación en la era digital y «pone de manifiesto la realidad invisible, conectada y serendípica del aprendizaje, pero al mismo tiempo choca con la tendencia analítica y estructurada del mismo», como sostiene el Manifiesto COR escrito por Emilio Quintana. Probablemente en esa paradoja radique su fuerza.
Los árboles no dejan ver el bosque: los postulados y los contenidos no dejan ver el medio. Y en la educación posdigital el medio somos nosotros. El medio eres tú.
Puede ser que al conectivismo le esté pasando lo mismo que le pasó a McLuhan en su época, criticado por no haber formulado una teoría al uso a pesar de todo lo que llegó a prefigurar.
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(1) Fuente de la imagen: página de Richard Vergez.